Si no lo cuentas es como si nunca hubiera sucedido...

sábado, 14 de enero de 2012

Con la cárcel no lo pagas

Era mi momento favorito de la semana. Viernes, a las 15:30h, salía de trabajar y estaba a punto de llegar a casa para empezar a disfrutar del fin de semana. Me encanta ese momento…


Cargaba en una mano con el portátil y de otra la bufanda, cuando de pronto, pisé mal. Me fallaron los tacones, mi tobillo derecho se empezó a tambalear y sin apenas darme cuenta eché a volar.


Y me encontré allí, describiendo en el aire una parábola perfecta, sin saber por qué mis pies se habían despegado del suelo. En breves instantes iba a estamparme contra el suelo. El destino estaba escrito.  


Y en apenas milésimas de segundo tomé una decisión: giré mi cuerpo, agarré con fuerza el portátil y dejé que la gravedad hiciera el resto.


El resultado fue que aparecí tirada en mitad de un paso de cebra, con un zapato a dos metros de distancia, la bufanda en la otra acera y con toda la chaqueta manchada de barro. Eso sí, al portátil no le ocurrió nada.


 Lo primero que hice fue lo que cualquiera de nosotros habría hecho en mi lugar: Levantar la cabeza y ver si, por un casual, el tortazo había pasado inadvertido para los transeúntes y conductores que me rodeaban. Bueno, por las caras de “Face Palm” estaba claro que no.


Para quien no sepa qué es un Face Palm:









El tortazo lo vio medio Sant Antoni: Decenas de turistas sentados en una terraza, los camareros, unos mossos d’esquadra que estaban regulando el tráfico, una fila entera de vehículos que esperaban a que cruzase el paso de cebra y un montón de transeúntes que, como yo, pasaban por ahí.


Vaya bochorno!!!


Total, que como tenía medio cuerpo dolorido y la mitad de mis complementos repartidos por la calle, vi que no iba a ser cosa de segundos, así que empecé a reponerme con calma y a esperar que algún alma de las que estaban allí viniera a ayudarme.


¿Sabéis cuántos se acercaron? Ninguno. Y ya no sólo a ayudarme. Ni tan siquiera una miserable persona, de las decenas que había allí, vino a preguntarme si estaba bien. Ni los Mossos!!


Fuerte, ¿verdad? Pues ahora viene lo mejor de todo.


El conductor del primer coche de la fila que aguardaba en el paso de cebra, cansado de esperar a que me levantase, recogiera la bufanda, andase descalza varios metros para calzarme el zapato y me colgase de nuevo el maletín del portátil; cansado de todo aquello, no se le ocurrió otra manera de ayudarme que pitarme para que despejara la calzada.


¿Cómo se puede tener tan poca vergüenza? No lo podía creer. Así que, totalmente poseída por el odio, me planté frente al coche, justo delante del capó y le dediqué mi mejor cara de “Sinvergüenza, con la cárcel no lo pagas” que viene a ser algo así:



Me alejé de la calzada lentamente, tambaleándome, con los pelos revueltos, manchada de barro y cojeando… Pero con la cabeza muy alta y muy digna, eso sí!


¿Se puede ser más miserable que aquel tío? ¿Tanta prisa tenía como para pitarme? Es cierto que me lo tomé con calma y tardé un rato en salir de aquella, pero seguro que si alguien me hubiera ayudado, habría tardado menos. ¿En qué nos estamos convirtiendo?

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