Todo empieza en el momento de dar a imprimir el billete. De pronto me invade una enorme sensación de alegría. “Ya tengo los billetes!”, pienso. “Vamos que nos vamos!” empiezo a gritar. Hasta que de pronto, en medio de tanta euforia, me sereno y pienso “Mierda, ya no hay marcha atrás. Estoy condenada a volar”.
Los días previos al viaje empiezan los primeros síntomas. Tengo unos extraños sueños repetitivos de accidentes aéreos, investigo sobre el modelo en concreto en el que voy a volar y, os voy a reconocer aunque me avergüence, consulto una web que te dice el % de siniestralidad del modelo. Sí lo sé, no es normal.
Y llega el día en el que tienes programado el vuelo y ahí empieza mi show particular.
Ya sólo hacer la maleta me estresa. Yo nunca facturo, por principios, del mismo modo que nunca pago por la bolsa del super. Así que monto unas logísticas impresionantes para poder meter todo lo que quiero llevar en esa micro-maleta diseñada para no facturar.
Cojo el teléfono y empiezo: “Ricardo, ¿llevas líquido de lentillas?”, “Mamá, ¿qué perfume usas últimamente? ¿usas pasta de dientes blanqueante o de las que dan frescor” “¿Qué tono de maquillaje usas?” “Jolín, mamá, que hay que tomar más el sol!”
La verdad, no sé para qué me organizo tanto. Da igual lo bien que te lo montes, cuando llegas a las puertas de seguridad todo falla.
Policía: Señorita, lleva usted un líquido en su maleta.
La Mery: Sí, un miserable desodorante, señor policía.
Policía: Eso es considerado un arma de destrucción letal, Señorita. Es de más de 100ml.
La Mery: Señor policía, serénese, está por debajo de la mitad, ya sólo le quedan 50 ml a lo sumo. Y lo que puede ser un arma de destrucción masiva es el olor de mi sobaco si me deja de turismo por Madrid en pleno mes de agosto.
Policía: Pues entonces tendrá que facturarlo, señorita.
La Mery: Señor, con todos mis respetos, señor, eso es una solución de mierda, señor.
El Poli se queda tu desodorante, como no. Estoy convencida que el tío que montó Sephora y Juteco era un poli aeroportuario retirado…
Pero aquí no acaba la historia.
Policía: Señorita, antes de pasar por el arco debe usted quitarse la botas, el cinturón, el abrigo, la chaqueta, colgantes, pendientes y las horquillas del pelo.
La Mery: Disculpe Señor, ¿el tampax me lo puedo dejar, Señor?
Policía: Señorita, una palabra más y la detengo por faltar a la Autoridad. Lo que acaba de decir es un ataque a mi integridad.
La Mery: Señor policía, lo que es un ataque contra la integridad es dejarme aquí en camiseta interior, descalza, con los tomates de los calcetines a la vista de todo el aeropuerto, y completamente despelujada. Que llevo una hora en mi casa haciéndome el moño para que mi madre me vea mona cuando llegue a Madrid.
Tras el bochornazo y haber vivido en mis propias carnes (esas carnes que medio aeropuerto ya me ha visto) lo que se siente siendo un terrorista chiíta, llego a la zona de embarque, aquella zona en la que ya no hay marcha atrás. Ya no puedes regresar. Estás ahí prisionera entre los restaurantes de comida rápida y el Dutti Free. Y piensas, “mierda, no me he fumado un cigarro!”
Me esperan dos horas de agonía, viendo despegar aviones con ese sonido ensordecedor, con el estrés de la gente corriendo, los cabreos de quienes les han cancelado el vuelo, las carreras para cambiar de puerta de embarque y…. ¿no me puedo fumar un miserable cigarro?
Me relajo y pienso “Va María, vayamos a tomarnos un café hasta que llegue la hora”. Pero claro, la cafeína sólo lo empeorará todo. “Bueno, tranquila, no te agobies, vete al bar y tómate una caña, que eso te deja tonta”. Pero claro, cómo me voy a tomar una caña si no me puedo echar un piti!. “Olvida la idea, Mery, vete al Dutti Free. Nada te relaja más en este mundo que las compras”. Pero si el Dutti Free está lleno de cartones de Lucky Strike!!!!
El rato termina pasando, normalmente tras optar por la opción caña, y acabo montándote en el avión. Cuando llego a mi asiento y veo a mis acompañantes no puedo dejar de pensar “Angelito…. Este señor con pinta de ejecutivo que me saluda, que me ayuda a subir la maleta, que me sonríe por que espera tener un viaje agradable a mi lado… no sabe lo que está a punto de suceder”
Yo creo que, del mismo modo que hay fotos de terroristas en las estaciones de autobuses, en los despachos de las multinacionales de este país tienen fotos mías de esta guisa:
Y bien que hacen… Les pido que me den la mano, se la aprieto cual parto múltiple, les pido que me hablen, que se callen, les pregunto si han oído ese mismo ruido que acabo de escuchar, les robo todo los folletos para abanicarme,…. Quien se haya montado conmigo en un avión sabe que no estoy exagerando.
Una buena estrategia que tengo para pasar el mal rato es tomarme una cervecita del bar del avión. Le sonrío y le digo al ejecutivo del al lado “jejjeje… pa que se me pase le disgustillo…”
El ejecutivo me mira raro…
Y tras todo este sufrimiento (sobre todo por parte del ejecutivo), toco tierra y aplaudo. Sí ya sé que es cutre, pero a mí me gusta aplaudir. Esos aplausos son música, celebramos que seguimos vivos… Es un canto a la vida!!
En ese momento, el empresario me comenta que quizás debería ver a un especialista. Me da la tarjeta de un conocido que lleva este tipo de trastornos. Le doy la mía. Él me sonríe, pero no me da la suya. Si es posible, volará con cualquier otra compañía en la que yo no pueda aparecer.
Y aparezco en Barajas. Moña perdida de tanta cañita, despelujada y a medio vestir todavía. Me monto en el coche de mis padres y empieza el rally por la M30. Pero eso no me preocupa, aunque sé que la probabilidad de morir es enormemente mayor. ¿Por qué? Pues no lo sé. Creo que es porque a este piloto le conozco. Pongo mi vida en manos de alguien en quien confío y no en un piloto que no he visto en vida. O quizás porque si me la pego con el coche, igual la cuento, pero en el avión…. No hay “tu tía”.
Básicamente creo que es porque, como ser humano que soy, me gusta ir por la tierra y no por el aire.